¡Oh, Divina Madre Kundalini!

¡Oh, divina Madre Kundalini! ¡Serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes!, Sufro mucho y tú lo sabes; Aunque quisiera ocultar mi dolor entre las sombras del bosque, este aflora públicamente bajo la luz del sol. Te amo Madre adorable, como ama en nuestra fértil tierra perfumada, el ave errante que en la selva mora, y este sagrado amor que el alma inmortal encierra, canta en la lira de Orfeo y llora en mi alma.

Te amo, Reina mía. Madre profunda, Cibeles, Rea, Tonantzin, te adoro, con esa fiebre sublime que besos sin mancha dan para cubrir tus huellas, que se vierte en rosas de vida, que se escribe con estrellas. Me siento todo tuyo. Madre mía. Virgen inmaculada. ¿Qué hay en mi ser que para ti no sea? Desde mi débil corazón de hombre hasta mi santa postrimera idea. Viví para adorarte Señora sublime; mi existencia ya desprovista de ilusiones, mis éxtasis constantes, buscan en el santuario de tu inocencia, la gloria y el calor de tus delicias. Esclavo de tu mágica belleza siempre sobrehumana, rindo mi corazón a tus ternuras. 

¡Háblame como me hablas! Que tu acento inconfundible penetre grato en mis oídos de anacoreta. ¡Mírame como me miras!... con esa dulzura infinita de tus lindos ojos, lejos de las vanas ilusiones del mundo. Madre profunda y buena, con labios de granada y dientes de marfil, compadécete de mí. Madrecita santa, cabecita bella con bucles de oro que ruedan sobre tus espaldas de cielo, ten piedad de mí. Yo te adoro, mi luz, tú bien lo sabes. Mis pensamientos vuelan por el cielo circundando tu rostro cual las aves, que decoran los ricos arquitrabes de un templo de esperanza y de consuelo. Nunca encontré en el siglo lugar tan delicioso, como el jardín de mi Madre. Yaciendo allí olvidé mis cuidados, oí sones de aves dulces y modulados. 

Tan pronto como estuve en tierra acostado, de todo sufrimiento me sentí liberado: Olvidé toda cuita, todo dolor pasado; aquél que allí morase seria afortunado.

El prado de que os hablo tenía otra bondad: ni por calor ni frio perdía su beldad, se hallaba siempre verde en toda integridad, sin ajar su verdura ninguna tempestad. Los hombres y las aves que por allá venían, llevaban de las flores todas las que querían; más mengua en el prado ninguna producían; por una que llevasen tres o cuatro nacían.

Mi Regreso al Tíbet - Samael Aun Weor

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