El Canto de la Perla

 

EL CANTO DE LA PERLA 

Este Canto de la Perla es un documento gnóstico de una gran belleza y transcendencia. Se encuentra dentro de un apócrifo del siglo III denominado "Hechos de Tomás" y se atribuye al propio apóstol. El texto dice así:

Cuando era niño

vivía en mi Reino en la casa de mi Padre,

y en la opulencia y abundancia

de mis educadores encontraba mi placer.


Y entonces sucedió que mis padres me equiparon y

enviaron desde el Oriente, mi patria.


De las riquezas de nuestro tesoro

me prepararon un hatillo pequeño,

pero valioso y liviano

para que yo mismo lo transportara.


Oro de la casa de los dioses,

plata de los grandes tesoros,

rubíes de la India,

ágatas del reino de Kushán.


Me ciñeron un diamante

que puede tallar el hierro,

me quitaron el vestido brillante

que ellos amorosamente habían hecho para mí

y la toga purpúrea

que había sido confeccionada para mi talla.


Hicieron un pacto conmigo

y escribieron en mi corazón, para que no lo olvidara, esto:


"Si desciendes a Egipto

y te apoderas de la Perla única

que se encuentra en el fondo del mar

en la morada de la serpiente que hace espuma

[entonces] vestirás de nuevo el vestido resplandeciente

y la toga que descansa sobre él

y serás heredero de nuestro Reino

con tu hermano, el más próximo a nuestro rango."


Abandoné Oriente y descendí

acompañado de dos guías

pues el camino era peligroso y difícil

y era muy joven para viajar.


Atravesé la región de Mesena,

el lugar de cita de los mercaderes de Oriente,

y alcancé la tierra de Babel

y penetré el recinto de Sarbuj.


Llegué a Egipto

y mis compañeros me abandonaron.


Me dirigí directamente a la serpiente

y moré cerca de su albergue

esperando que la tomara el sueño y durmiera

y así poder conseguir la perla.


Y cuando estaba absolutamente solo,

extranjero en aquel país extraño

vi a uno de mi raza, un hombre libre,

un oriental,

joven, hermoso y favorecido,

un hijo de nobles,

y llegó y se relacionó conmigo

y lo hice mi amigo íntimo,

un compañero a quien confiar mi secreto.


Le advertí contra los egipcios

y contra la sociedad de los impuros

y me vestí con sus atuendos

para que no sospecharan que había venido de lejos

para quitarles la Perla

e impedir que excitaran a la serpiente contra mí.


Pero de alguna manera

se dieron cuenta de que yo no era un compatriota;

me tendieron una trampa

y me hicieron comer de sus alimentos.


Olvidé que era hijo de reyes

y serví a su rey;

olvidé la Perla

por la que mis padres me habían enviado

y, a causa de la pesadez de sus alimentos,

caí en un sueño profundo.


Pero esto que me acaecía

fue sabido por mis padres y se apenaron de mí

y salió un decreto de nuestro reino,

ordenando a todos, venir ante nuestro trono,

a los reyes y príncipes de Partia

y a todos los nobles del Oriente.


Y determinaron sobre mí

que no debía permanecer en Egipto,

y me escribieron una carta

que cada noble firmó con su nombre:


"De tu Padre, el Rey de los reyes,

y de tu Madre, la soberana de Oriente,

y de tu Hermano, nuestro más cercano en rango,

para ti, hijo nuestro, que estás en Egipto, ¡Salud!"

"Despierta y levántate de tu sueño,

y oye las palabras de nuestra carta."


"¡Recuerda que eres hijo de reyes!

¡Mira la esclavitud en que has caído!"

"¡Recuerda la Perla

por la que has sido enviado a Egipto!"

"Piensa en tu vestido resplandeciente

y recuerda tu toga gloriosa

que vestirás y te adornará

cuando tu nombre sea leído en los libros de los valientes

y que con tu Hermano, nuestro sucesor,

serás heredero de nuestro reino."


Y mi carta, era una carta

que el Rey selló con su mano derecha,

para preservarla de los males, de los hijos de Babel

y de los demonios salvajes de Sarbuj.


Voló como un águila (la carta),

la reina de las aves;

voló y descendió sobre mí

y se convirtió enteramente en Palabra.


A su voz y alboroto

me desperté y salí de mi sueño.


La tomé, la besé,

quité su sello y la leí;

y concordaban con lo escrito en mi corazón,

las palabras escritas en la carta.

Recordé que era hijo de reyes,

y libre por propia naturaleza.


Recordé la Perla,

por la que había sido enviado a Egipto,

y comencé a encantar

a la terrible serpiente que produce espuma.


Comencé a encantarla y la dormí

después de pronunciar sobre ella el nombre de mi Padre,

y el nombre de mi Hermano

y el de mi Madre, la Reina de Oriente.


Y capturé la perla

y volví hacia la casa de mis padres.

Me quité el vestido manchado e impuro

y lo abandoné sobre la arena del país,

y tomé el camino derecho hacia

la luz de nuestro país, el Oriente.


Y mi carta, la que me despertó,

la tenía ante mí, durante el camino,

y lo mismo que me había despertado con su voz

me guiaba con su luz.


Pues la (carta) real

brillaba ante mí con su forma

y con su voz y su dirección

me animaba y atraía amorosamente.


Continué mi camino, pasé Sarbuj,

dejé Babel a mi lado izquierdo;

y alcancé la gran Mesena,

el puerto de los mercaderes

que está sobre el borde del mar.


Y mi vestido de luz, que había abandonado,

y la toga plegada junto a él,

de las alturas de Hyrcania

mis padres me los enviaban

por medio de sus tesoreros,

a cuya fidelidad se los habían confiado.


Y puesto que yo no recordaba su dignidad,

ya que en mi infancia había abandonado la casa de mi Padre,

de improviso, estando frente a ellos,

el vestido me pareció como un espejo de mí mismo,

lo vi todo entero en mí mismo,

y a mí mismo entero en él.

Nosotros éramos dos diferentes

y, no obstante, nuevamente uno en una sola forma.


Y a los tesoreros igualmente,

quienes me lo traían, los vi en semejante manera,

ya que ellos eran dos, aunque como uno,

puesto que sobre ellos estaba grabado un único sello del Rey

quien me restituía

mi tesoro y mi riqueza por medio de ellos.


Mi luminoso vestido bordado,

que estaba ornado con gloriosos colores,

con oro y con berilos,

con rubíes y ágatas

y sardónices de variados colores,

también había sido confeccionado en la mansión de lo alto;

y con diamantes,

habían sido festoneadas sus costuras.


Y la imagen del Rey de los reyes

estaba pintada todo en él;

y también como los zafiros

rutilaban sus colores.


Y nuevamente vi que todo él

se agitaba por el movimiento de mi conocimiento,

y como si se preparase a hablar

lo vi.


Oí el sonido del canto

que musitaba al descender,

diciendo: "Soy el más dedicado de los servidores

que se han puesto al servicio del Padre."

Y también percibí en mí

que mi estatura crecía conforme a sus trabajos.


Y en sus movimientos reales

se extendió hasta mí,

y de las manos de sus portadores

me incitó a tomarlo.


Y también mi amor me urgía

para que corriera a su encuentro y lo tomara;

y así lo recibí

y con la belleza de sus colores me adorné.


Y mi toga de colores brillantes

me envolvió todo entero,

y me vestí y ascendí

hacia la puerta del saludo y del homenaje.


Incliné la cabeza y rendí homenaje

a la Majestad de mi Padre que lo había enviado hacia mí,

porque había cumplido sus mandamientos

y él también había cumplido su promesa.


Y en la puerta de sus príncipes

me mezclé con sus nobles;

pues se regocijó por mí y me recibió,

y fui con él en su Reino.


Y con la voz de la oración

todos sus siervos le glorifican.


Y me prometió que también hacia la puerta

del Rey de los reyes iría con él;

y llevando mi obsequio y mi Perla

aparecí con él ante nuestro Rey.


Fin del Himno que cantó el apóstol Judas Dídimo Tomás en la prisión.

Comentarios